- No quiero que te vayas.
- Dale, ¡no me la hagas más difícil!
- Te voy a extrañar yo también… ¿Me prometes eso?
- Sí, obvio que te lo prometo. Todas las noches te llamo desde el hotel. Vos pórtate bien acá, ¿eh? Voy a encargarle a Vicky que te vigile. Mi prima se viene acá, así que también te va a observar.
- Que feo, ¡dejás a esas dos chusmas para que me vean porque no confias en mi!
- Que tonto que sos Gonzi. Claro que confío. Sólo que en algunas personas no.
- No quiero que te vayas.
- Mi mamá me asesina si no estoy en casa en 5 minutos. Basta. Te voy a extrañar.
- ¿Entonces por qué te vas? Me dejás acá solo, como un perrito abandonado.
- ¿Querés venir conmigo? Dale, hagamos el plan de la valija. ¡Tengo una re grande en la que entras a la perfección!
- Que graciosa que sos. Dale, no te vayas…
- Oh, vení, dame un abrazo. ¡¡¡Te voy a extrañar!!!
Abrazos. Besos. Un “no quiero que te vayas” con un tono algo abrumado se escuchó en las ocuridad.
5.16 am. La puerta de la habitación estaba completamente abierta.
- Anna. –su mamá le acarició suavemente la mejilla- Despertate hija. Nos vamos, dale.
¿Cargué el mp4 o no? Espero que sí, espero que sí. Este va a ser un viaje largo.
¡Largo pero con un gran punto de llegada! Brasil fue su sueño desde pequeña, ¡y lo visitaban por primera vez! A su lado, Martín dormía profundamente. Anna apenas podía cerrar los ojos, la emoción carcomía todo su cuerpo. Las vacaciones de este verano no podían ser mejor… Aunque lamentaba que Sofía, la mayor, no podía viajar por estar inmersa completamente en finalizar sus estudios. Era súper rígida, y a veces insoportable, en esos aspectos.
Después de unas interminables 49 horas casi contiguas sentada en el asiento del auto, un sol radiante de media tarde que quemaba junto con una loma de burro que los hizo saltar la despertó justo en el momento indicado para contemplar el centro de Florianópolis, una ciudad sin lugar a dudas hecha y derecha para el turismo.
Gente había por todos lados, los paisajes eran increíbles. A lo lejos divisó un par de negocios a los que insistiría en visitar, ¡los accesorios y la ropa eran bellísimos! Cuando bordearon la costa, con detenimiento centró la mirada en una especie de quincho con techos de paja con mucho estilo, justamente ubicado -para su sorpresa- a unos 50 metros de la bajada a la playa de su hotel. El auto frenó y todos aliviados suspiraron al hacer caminar sus piernas después de tanto tiempo.
No le llevo mucho tiempo acomodarse en su habitación, extremadamente cómoda a pesar de ser pequeña y simple. Se puso la bikini nueva, el vestidito floreado y el sombrero que le regaló su abuela. Saludó a mamá y le pidió una de las toallas sólo para sentarse en la arena, hacía alrededor de 39°C y no la necesitaría para secarse. El mar era su gran amor, desde siempre. Estuvo todo el tiempo dentro del agua jugando con las olas, apenas salió para hacerle señas a su familia que venía cargada de cosas para instalarse en la playa y pasar allí el resto del día. Después de ver el ocaso por primera vez en otro país, se calzó las ojotas y exploró un poco el territorio. El quincho ubicado a tan poca distancia era una especie de lugar de reunión en donde, todas las noches, jóvenes se juntaban a bailar y divertirse. No tardó mucho en afirmar interiormente que iría a ese sitio muy seguido, dejando escapar una sonrisa pícara que la hizo sonrojar. Volvió al hotel y se encontró con su hermano, jugaron un rato a las cartas y subieron a bañarse. Más tarde, bajaron al amplio comedor a cenar, y al cabo de un rato Anna subió a la habitación. Estaba realmente exhausta y prometió levantarse temprano para su primer desayuno. Necesitaba descansar.
Después de unas interminables 49 horas casi contiguas sentada en el asiento del auto, un sol radiante de media tarde que quemaba junto con una loma de burro que los hizo saltar la despertó justo en el momento indicado para contemplar el centro de Florianópolis, una ciudad sin lugar a dudas hecha y derecha para el turismo.
Gente había por todos lados, los paisajes eran increíbles. A lo lejos divisó un par de negocios a los que insistiría en visitar, ¡los accesorios y la ropa eran bellísimos! Cuando bordearon la costa, con detenimiento centró la mirada en una especie de quincho con techos de paja con mucho estilo, justamente ubicado -para su sorpresa- a unos 50 metros de la bajada a la playa de su hotel. El auto frenó y todos aliviados suspiraron al hacer caminar sus piernas después de tanto tiempo.
No le llevo mucho tiempo acomodarse en su habitación, extremadamente cómoda a pesar de ser pequeña y simple. Se puso la bikini nueva, el vestidito floreado y el sombrero que le regaló su abuela. Saludó a mamá y le pidió una de las toallas sólo para sentarse en la arena, hacía alrededor de 39°C y no la necesitaría para secarse. El mar era su gran amor, desde siempre. Estuvo todo el tiempo dentro del agua jugando con las olas, apenas salió para hacerle señas a su familia que venía cargada de cosas para instalarse en la playa y pasar allí el resto del día. Después de ver el ocaso por primera vez en otro país, se calzó las ojotas y exploró un poco el territorio. El quincho ubicado a tan poca distancia era una especie de lugar de reunión en donde, todas las noches, jóvenes se juntaban a bailar y divertirse. No tardó mucho en afirmar interiormente que iría a ese sitio muy seguido, dejando escapar una sonrisa pícara que la hizo sonrojar. Volvió al hotel y se encontró con su hermano, jugaron un rato a las cartas y subieron a bañarse. Más tarde, bajaron al amplio comedor a cenar, y al cabo de un rato Anna subió a la habitación. Estaba realmente exhausta y prometió levantarse temprano para su primer desayuno. Necesitaba descansar.
Era otro día maravilloso. Después de un desayuno algo cargado al estilo americano, se cambió y fue directamente a la playa. Mientras leía Los hombres que no amaban a las mujeres de Stieg Larsson muy concentradamente, escuchó a no pocos metros una voz algo familiar. Levantó la mirada y…
No. Esto no le podía estar pasando. Era extremadamente absurdo. EXCEDÍA LOS LÍMITES DE LA CASUALIDAD.
A una inverosímil distancia de Anna se los podía observar a Graciela y Horacio Vanger conversando muy animadamente, sentados en unas reposeras rojas. Siguiendo la misma línea en dirección al mar, las olas hacían aparecer y desaparecer la figura de un chico alto de cabellos oscuros algo alborotados por el agua, que sonreía felizmente.
TO BE CONTINUED
Nananaaaa too much, por que mierda estas los Vanger en Brasil? POR QUEEEEEEEE ??? lo odio, yo apostaba a la pareja Anna-Gonza! Noooooooooo, en serio, me hace mal que escribas tan bien.. Necesito parte 11 NOW!
ResponderEliminarte ama, tu prima Mari que se va a quedar cuidando de gonzi muajaja
Valen